sábado, 15 de agosto de 2009

Negociación y Máquinas de Poder



Parte dos

Paul Klee
Héroe alado

¿Qué significa que haya una recordación del “Padre de la Patria”?
¿Es acaso otro “dispositivo maquinal psíquico de dominación”? ¿Es un “negociar” con lo emocional cómplice de la abdicación social?
José de San Martín, “el más grande libertador” de “las Américas”, superior a Simón Bolivar, al decir de “serios historiadores” ha fallecido el 17 de agosto de 1850. Día en que se lo recuerda en la Argentina.
Justamente y sin obviamente mencionarlo, sobre estas cuestiones “heroicas y de mártires” refiere el artículo que compartimos.
Es que los “pequeños sujetos” también tiene un gran lugar que pueden ocupar.

© Ricardo Duró
16.Ago.2009

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En el fondo, la moral del mártir es moral
de “lo que falta”, es decir, de la moral.
Niegan la vida por una ilusión;
del lado del resentimiento y del ideal ascético
(en el sentido nietzscheano)
hacen de la vida lo que ella no es:
un Cero, una falta, un “ideal”.

EL ESPACIO DE LAS PEQUEÑAS GENTES
La negociación: no ceder nada a través de un desplazamiento del problema, pero, también, siendo campo de lo múltiple y de las metamorfosis –de lo discontinuo-; es decir, siendo lo contrario a la determinación de lo fijo o de lo designado. La negociación, por eso, no será nunca lineal ni continua sino que equivoca y cambiante; es el espacio donde habitan “las pequeñas gentes”.
Reconocimiento de lo irreconciliable, la negociación no es ni moral ni pura y, al mismo tiempo, es todo y nada. Como no hay reconciliación se negocia. Los que buscan la reconciliación suelen ser los mártires: como no la encuentran buscan morir, manera de “reconciliarse” con lo irreconciliable. Pero manera, también de acusar la vida. En el fondo, la moral del mártir es moral de “lo que falta”, es decir, de la moral. Niegan la vida por una ilusión; del lado del resentimiento y del ideal ascético (en el sentido nietzscheano) hacen de la vida lo que ella no es: un Cero, una falta, un “ideal”.
La negociación dice que no hay reconciliación posible. El negociador está más bien del lado de los sofistas: no se apasiona más que por los medios. Así, en el reconocimiento de lo irreconciliable la negociación no es heroica ni grandiosa ni excepcional (palabras que siempre están en boca de los amos), sino que se la encuentra del lado menor de las cosas. Maquinación y disimulación –máquinas al interior de la máquina-, la negociación es opción de vida: la libertad puede experimentarse aquí y ahora como varias salidas o líneas de fuga.
Dicen que Diógenes “alababa a los que debían casarse y no se casaban, a quienes tenían que ir al mar y no iban, a los que debían criar niños y no lo hacían, a los que se preparaban para frecuentar a los poderosos y nunca los frecuentaron. Decía que había que tenderle la mano a los amigos sin cerrar los dedos”. Reconocimiento de lo irreconciliable, la negociación es también disimulación en el sarcasmo, de lo diluido en lo ambiguo, del “cambio de juego”. Así también dicen que, después de tomarlo prisionero y vendido, preguntaron a Diógenes lo que sabía hacer: “Respondió: ‘Mandar’ y grito al heraldo: ‘Pregunta quien quiere comprar un amo”.
Aquí tenemos lo diluido en lo ambiguo, el desplazamiento en el sarcasmo, el sarcasmo o el humor en la disimulación, y una vez más, el “cambio de juego”. La imagen del desplazamiento sería la de un pez venenoso. Deleuze y Guattari: “Producción de cantidades intensivas en el cuerpo social, proliferación y precipitación de series, colecciones polivalentes y colectivas”.
Al lado opuesto, la rigidez de los partidarios de las grandes palabras –de los metarrelatos- y que está estrechamente relacionada con la verticalidad del discurso de los amos. Por otro lado (o el mismo), los partidarios de la enseña no reconocen jamás la desmesura de la naturaleza –la “mesura” no está en la naturaleza, sino que es una noción “humana, demasiado humana”- y buscan la “normalidad” y el orden de las cosas en una verdad trascendente, unívoca, absoluta. Nada de “engaños” sino que posiciones “claras y distintas”, o bien, engaños en vista de un fin que todo lo justifica. El malentendido del poder está en decir que hay un lenguaje –una forma de vida- más allá de la vida misma.
Maquiavelo decía que un amo “debe saber a la vez combatir como hombre y como bestia”, y continuaba: “los animales de los que el Príncipe debe saber tomar las formas son el zorro y el león. El primero se defiende mal contra el lobo y el otro cae fácilmente en las trampas que se le tienden. El Príncipe aprenderá del primero a ser astuto y del otro a ser fuerte”.
Análogamente el negociador deberá conocer el punto de vista o el juego del amo, de tal manera de contar con un espacio más amplio donde negociar. Dejando de lado toda indignación (toda moral), el negociador se disfraza, también, de zorro y de león, pero entra en el simulacro metamorfoseado en un pez que “no va” a ninguna parte. Es un pez que se desplaza siempre y, por eso, desplazará el problema porque desplazándonos es que experimentamos la libertad como múltiples libertades paralelas; el amo nunca querrá la libertad concreta sino que la abstracción de la misma, lo que, de paso, le permite preservar su lugar.
El discurso del Poder –el Malentendido que utiliza- resulta de la proposición “todavía no”: manera de distraer al cuerpo social del “ahora” con un fin, en última instancia, inalcanzable. Se le desvía hacia una ficción que negando la vida legitima al Poder. Por eso, la negociación exige paciencia, y es aquí donde entra la noción de negociación perpetua. El problema no está resuelto; porque no hay reconciliación es que no hay resolución. Sin embargo la salida existe en la medida en que la negociación es el reconocimiento de lo irreconciliable. Ejercemos la negociación porque no nos interesan ni los grandes objetivos ni los grandes fines, sino que solamente los medios para desplazar el problema. Encontrar una salida no es un fin en sí, sino que una posibilidad de encontrar espacios de libertad al interior de la máquina social.”

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Seguiremos con Vila Riquelme…
* Cristián Vila Riquelme (Villa Alemana, 1955) Narrador, poeta y ensayista chileno.Fue discípulo del filósofo Juan Rivano en el antiguo Pedagógico de Santiago de Chile. En 1975 se exilió a París, donde ejerció los más diversos oficios y obtuvo un doctorado en Filosofía Política por la Universidad de París-La Sorbonne. Regresó a Chile en julio de 1991, radicándose en la caleta Horbón. Ha ejercido de columnista en el suplemento Artes y Letras del diario El Mercurio y ha sido colaborador de la revista Rocinante. Es catedrático de Introducción al Pensamiento Contemporáneo en la Escuela de Cine de Chile/Academia de humanismo cristiano. Su obra ha sido incluida en varias antologías de cuento y poesía.

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