sábado, 25 de julio de 2009

Negociación y Máquinas del Poder

Lentamente, como suele ocurrir con el pensar.
Dedicadamente, como suele ocurrir con el amar.
Así, transcurre el existir de montañas y mares, de soles, gusanos, células y virus. Aún cuando algunos sean extremadamente rápidos para la dimensión existencial humana.

En esta dinámica, el Poder de lo humano tiene sus tiempos. Que, como corresponde a su “esencia”, es insustancial a la razón… y peligroso para el existir del sujeto.
¿Tiempo?

“Un fuerte viento no puede
durar toda una mañana.
Una lluvia torrencial no puede
durar todo un día”.

Lao Tse
Tao Te King

Este blog no tiene una dinámica ordenada. Pero si tiene la determinación de generar “cada vez que se pueda” el posteo que mantenga las “neuronas agitadas”.
Es el caso de hoy y dos o tres entregas más, referidas al tema que ha desarrollado Cristián Vila Riquelme *

Publicaré párrafos. Dialogaré con sus ideas, reflexiones y líneas de fuga, quizás.
Será un ejercicio dificultoso, pues Vila Riquelme se me presenta (recién he tomado contacto con sus textos hace unos días) con agudeza estimulante y profunda.

Posteriormente llegará un “cruce” con Deseo y placer, de Deleuze… Será algo más conocido.
© Ricardo Duró
25.Jul.2009

-----
Entrar, salir de la máquina, estar en la máquina:
son los estados del deseo independientemente
de toda interpretación.
La línea de fuga forma parte de la máquina (…)
El problema no es ser libre sino encontrar una salida,
o bien una entrada o un lado,
una galería, una adyacencia.
Giles Deleuze, Felix Guattari


Al lado opuesto de la negociación, la moral de la enseña: rígida, como la moral misma, se queda “tiesa”. La enseña sería prueba aquí de que “falta algo” que sólo puede ser representado a través de ella. Región del negativo, del Gran Cero, la enseña está fuera de la vida: los partidarios de la enseña quieren “otra vida”. La enseña es moral (es decir, “falta de algo”) y por eso viene del miedo a la caída y conduce a él, que, a su vez, es experiencia de la Falta.
Combate reactivo aquel de la enseña: ella responde a la cuestión que establecen los amos, legitimándolos. La enseña, situada en el espacio de la simetría y del símbolo por el que vale la pena morir, está al interior del discurso de los amos. La rigidez de la enseñanza permite el juego del amo que es siempre el de la conquista – una invasión -, es decir, forzar un territorio cualquiera a someterse. Y el quedarse fijo hace posible un territorio conquistable, legitima la conquista (o conquisto o soy conquistado) Quienes son partidarios de la enseña están en la no negociación, en el discurso generalizador, totalizante, “verdadero”, están al interior del sistema lineal de los amos, es decir, no se desplazan ni desplazan el problema. Son partidarios de la territorialización, de las fronteras, de los límites, de los márgenes y son ajenos a la vida, lo que permite a la enseña a existir. Por eso, también es que la enseña es repetitiva en un sentido mecánico, es decir, es el retorno de lo Mismo.
Galileo es el ejemplo, por excelencia, de la negociación. Cuando su pensamiento lo arriesga a ser condenado, negocia su libertad. Frente al tribunal de la Inquisición opta por desdecirse puesto que sabe, secretamente, que “epour si muove”. Palabras enigmáticas si se quiere, aunque son toda una forma política de disimulación.

Ahora bien, hay dos figuras de la negociación galileana que dejan su importancia: desdecirse (no ser rígido, no quedarse fijo) y reafirmar, fuera de peligro, lo que ya sabe y de lo que jamás se ha “arrepentido”. Porque la negociación es, en realidad, no ceder nada. Pero en estas dos figuras aún hay cosas que considerar: se desdice sin ceder nada porque el desmentido pertenece a la región de las disimulaciones, y lo hace porque posee algo firme y sólido, que no es una espada. Reafirma lo que negoció (su propia libertad) o si se prefiere, disimulándose, diciéndolo sin decirlo. El modo de reafirmarlo es también negociación: hay una manera negociadora de reafirmar, de afirmación.La negociación galileana es región de afirmación y reafirmación. De afirmación en tanto al interior de la vida concreta: no se trata allí de una libertad futura, abstracta, posible, sino de un hic et nunc. De reafirmación, porque negociando no sólo no se abandona nada, sino que, por el contrario, desplazándose se permite a lo que no se ha abandonado revertir la situación.
Galileo no es un mártir. El negociador es lo contrario de un mártir. Un mártir es aquel que se queda fijo y se muere para probar la verdad de su verdad. Porque un mártir es alguien que, en el fondo, desprecia demasiado la vida; la desprecia desde el momento que muere y quiere morir para probar algo que necesita ser demostrado por la muerte. Un mártir está siempre al interior del discurso de los amos (poco importa si, en última instancia lo quería o no), y los amos quieren mucho a los mártires. Lyotard: “El mártir dice: es verdadero ya que muero; mi verdad no es de este mundo (…) Los amos quieren mucho a los mártires, incluidos a sus adversarios. Pero la fuga de Protágoras hace pensar en aquella del joven Horacio: no se trata sólo de salvar su vida sino de poder darse vuelta y dar vuelta la situación”. Galileo, guardando la vida (“dándose vuelta”), conserva la posibilidad de revertir (dar vuelta) la situación, lo que está secretamente contenido en el “epour si muove”.
El partidario de la enseña, como se quiere absoluto, trascendente, rígido, no reconoce al otro más que como problema. Se quiere como absoluto porque designa un lugar, determina un frente, y por eso el mártir es la figura indisociable a la enseña. Nada de disimulación, nada de máscaras, sino que la transparencia de la “pureza”, la enseña implica estar en posición, frente a. Es un discurso lineal, unívoco. Determinado y por eso tiene que ver siempre con la conquista.
El mártir impone “su verdad” por medio de su muerte. El negociador dirá, utilizando “la fuerza de los débiles” de la que habla Lyotard: “Contentémonos de reconocer en la disimulación lo que buscamos, la diferencia en la identidad, el azar del encuentro en la precaución del componente, la pasión en la razón –entre los dos, tan extraños entre sí, la más estrecha unidad: la disimulación”. Es decir, el reconocimiento de la diferencia, de lo irreconciliable, de lo múltiple, de lo discontinuo, del movimiento “a pesar” de los amos.”