sábado, 9 de mayo de 2009

Toda tiranía es amorosa

(Digresión sobre el cuerpo que no soy y la razón que no tengo)

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Cierro aquí, con máxima brevedad, De cuerpo “no somos”.

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Comenzaré con una mención a Jean Baudrillard y su ensayo respecto de “Las estrategias fatales”, en el que planta una aseveración reciclable en el ámbito de lo político, en el “espacio de gestión de lo Real”.
Baudrillard escribió “… podemos decir que con lo social ocurre lo mismo que con los sabores de la cocina americana. Gigantesca empresa de disuasión del gusto de los alimentos: su sabor está como aislado, expurgado y resintetizado bajo forma de salsas burlesca y artificiales”…

Entonces, digo...
Como con “lo social y los sabores”, en lo político la disuasión de lo ideológico ha mutado en “el bueno resintetizado”. El señor que promete una “política verde” es tan amigable como una feta de tomate orgánico en la hamburguesa prometida o el “ingrediente” del jabón diario con perfume a naturaleza. El “gusto” en lo político republicano y democrático es hoy la mostaza de un discurso ligado a las creencias y necesidades primarias, con adaptación “sustentablemente responsable”. Aquí las salsas artificiales son las pantomimas hiperrepetidas en las pantallas de televisión. Es donde Eric Laurent se me antoja “pasteurizado”, si bien acierta en definir que hay “más tecnología de la violencia”. Ya que podría decirse lo mismo de la Edad Media y sus “técnicas de muerte”.
En el afan de recuperar “lo social”, Laurent propone la creación de un “deporte del siglo XXI”. Existe, él mismo lo ha nominado: adicciones.
Aquí se une a lo dicho por Kolakowski en cierta “adicción” a la “razonable” obseción por establecer lo que está bien y lo que está mal.
Esto es tiranía: una “única imagen” que “cambia de rostro” (bueno a mala y viceversa). Es la tiranía amorosa de lo mismo, hacia el centro, desde la izquierda o desde la derecha. La razón como creencia de que “se tiene razón”. El cuerpo como origen y final de la existencia. Máxima tiranía amorosa, apego esencial que merece, por lo menos, oposición permanente.

© Ricardo Duró
08.May.2009